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Austeridad, mundialización y Julio Verne

Julio verne 9342
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Hace ahora seis años de aquel 15 de septiembre en el que el mundo se tambaleó ante el anuncio de la quiebra del poderoso holding Lehman Brothers y la adquisición de Merrill Lynch por el Bank of America. La crisis que ha seguido ha sido tan intensa y los cambios económicos y sociales tantos que más que seis años parecen dos décadas.


Y para enfrentar la crisis vinieron esas políticas de austeridad que, después de cuatro años, han rebajado dramáticamente la actividad económica y han hecho explotar el paro. ¿Por qué, sin embargo, los políticos persisten obstinadamente en ellas?
Algunos, en general desde la izquierda, lo explican asegurando que el objetivo no es otro que aumentar los beneficios de las empresas, pero, ¿es esto cierto?


Pues a juzgar por los datos de que se dispone no parece que sea así. En el 2012 los beneficios de las empresas de la UE fueron 2,5 puntos más bajos de lo que eran en 2008, a excepción de España, Portugal e Irlanda, donde la contracción de salarios ha sido tal que los beneficios ni han crecido ni han disminuido, pero en Francia, Italia o en los Países Bajos y Finlandia, a finales de 2012 las ganancias seguían cayendo más de 5 puntos respecto a 2008 e incluso en Alemania bajaron los beneficios empresariales.


Pero es que, por otra parte, la política económica mucho menos restrictiva llevada a cabo en el otro lado de Atlántico ha tenido como resultado un crecimiento notable (21% respecto a su nivel de 2008), lo que quizás debiera hacer reflexionar a los responsables económicos europeos.


En conclusión, las políticas de austeridad no parecen favorecer tampoco a los intereses de los empresarios, lo que obliga a preguntarse de nuevo el por qué de la persistencia en las mismas. Un filósofo entrevistado en la contraportada de La Vanguardia de hace un par de días y del que no recuerdo el nombre, calificaba esta doctrina de la austeridad como un “cristianismo rudo” por lo de “gastasteis lo que no debíais y ahora tenéis que purgarlo”.


Sea por fervor cristiano o por un “rudo” liberalismo que asustaría al mismísimo Adam Smith, el caso es que la política económica europea no parece de momento animada a rectificar.


Por cierto, ¿han observado que desde que todos los discursos hablan de la austeridad, mientras unos nos anuncian el final de los problemas y otros vaticinan la próxima llegada de una tercera crisis, ningún político hace referencia a las maravillas que se derivaban de la mundialización, tan apreciada por unos políticos y economistas en los tiempos eufóricos, mientras para otros era el origen de todos los males?


Pues bien, quizás la globalización no merezca ni tanto elogio ni tanta crítica. Tal como reflexionaba recientemente Christian Chavagneux en un artículo publicado en la revista francesa “Alternatives Economiques”, los territorios del mundo no están tan internacionalizados como puede parecer. Es decir, que la globalización está lejos de ser global, valga la redundancia. Pero es que además, según Chavagneux, las ventajas económicas de la globalización tampoco son tantas. Si se prescinde de las estrategias de optimización de impuestos, al medir la globalización actual se descubre que su importancia resulta notablemente menor de lo esperado.


Históricamente, la internacionalización ha pasado por fases de desarrollo y por otras de decadencia. Y ello ha sido debido a diversidad de fuerzas y situaciones. Así, por ejemplo, en 1930 no fueron las políticas proteccionistas reclamadas por los nacionalistas populistas lo que redujo el comercio internacional, sino la caída del crecimiento añadida a la inestabilidad financiera, lo que mató el crédito relacionado con el comercio internacional.


Visto así no se puede afirmar que el futuro nos lleve a una mayor globalización. Hay fuerzas estructurales, tales como la difusión de las ciencias de la información o la voluntad de los países pobres a integrarse en el mercado mundial, que no hay duda que empujan hacia ella. Pero en este momento también aparecen otras tendencias en la otra dirección, tales como que las multinacionales parecen ahora menos dispuestas que hace unos años a internacionalizar sus cadenas de valor a favor de la producción local o el caso de China, que está centrándose cada vez más en su mercado interno frente a la exportación.


En algún lugar leí que Julio Verne escribió en pleno siglo XIX, y fantaseando sobre como sería el mundo cien años después, que "este mundo no es más que un mercado, una gran feria" y no se puede negar que acertó en gran medida.
De todos modos, los vaticinios en economía son siempre arriesgados aunque los hagan economistas ilustres y, por tanto, ahí está ahora la crisis, que no sabemos si está terminando o empezando de nuevo y la globalización empujada por determinadas fuerzas estructurales y relentizada por otras.


El futuro es siempre incierto excepto, quizás, para los novelistas.


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