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Ciencia y tenis

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El pasado mes de agosto murió Howard Brody, un científico que durante 50 años dio clases de física en la Universidad de Pennsylvania. Después de doctorarse en física nuclear, trabajó un tiempo en el acelerador de partículas del CERN de Ginebra y, posteriormente, pasó a dedicarse plenamente a la labor docente.


Pero Howard Brody no pasará a la historia por esa faceta universitaria sino por su afición al tenis y, más concretamente, por haber contribuido sensiblemente a poner las bases científicas a este deporte.


Brody practicaba con frecuencia pero reconocía que no era más que un jugador del montón. Corría la década de los 70, cuando en unas vacaciones en Florida, mientras estaba jugando, observó que en la pista contigua alguien utilizaba una raqueta de gran tamaño (oversize): quedó intrigado. Preguntó a su monitor qué ventajas ofrecía, pero su respuesta no le convenció. Así que decidió comprar aquella raqueta y hacer algunas pruebas en el laboratorio de la universidad. Eso le iba a cambiar su vida.


Publicó un artículo en el New York Times que explicaba los fundamentos físicos de diversos tópicos que afectan a la interacción entre raqueta y pelota, desmintiendo algunas de las creencias arraigadas en la época. Aquel texto tuvo mucha trascendencia; le siguieron otros artículos y apariciones en programas de televisión. Mientras tanto, en su laboratorio se lo pasaba bien haciendo pruebas, de forma que decidió olvidarse de las partículas de alta energía y poner el foco de su interés profesional en el tenis.


A los pocos años se había convertido en la primera autoridad en la materia. Puso al alcance del público un mejor conocimiento y explicación de distintos términos recursivos, tales como: tiempo de contacto entre bola y raqueta (dwell time), ubicación de puntos dulces (zona más óptima de la raqueta para golpear la pelota), tolerancia del ángulo de salida y trayectoria, momento polar de inercia de la raqueta, elasticidad de las cuerdas, densidad del cordaje, etc. También colaboró estrechamente con varias instituciones relacionadas con el deporte, como la Federación Internacional de Tenis. La publicación de su libro “Ciencia del tenis para jugadores de tenis” en 1987 pasó a convertirse en una obra indispensable para profesionales y amateurs.


Pero volvamos con aquella oversize que utilizaba con aparente facilidad el jugador de la pista contigua de Florida. Brody consiguió una copia del número de patente de la raqueta y comprobó que su propietario era un tal Howard Head.


La historia de Head también une ciencia y deporte. Trabajó en Baltimore (EE.UU.) como ingeniero aeronáutico en la empresa Martin (ahora Lockheed Martin). Durante un largo invierno de 1947, decidió tomarse unas vacaciones en la montaña y aprovechar para iniciarse en el esquí. Sus resultados no fueron muy alentadores, pero pensó que el problema no era él, sino el material (que dicho sea de paso, es algo que nos pasa a muchos aficionados al deporte).


Sin pensarlo dos veces, se puso a hacer un prototipo utilizando aluminio y otros materiales, en vez de la clásica madera. Cuando vio que aquello prometía, abandonó su puesto de trabajo en la compañía aeronáutica para, en el año 1950, formar la Head Company. Después de muchos prototipos, consiguió unos esquíes que eran tan robustos como los de madera, pero mucho más livianos y flexibles. Cosecharon un gran éxito en el mercado y el resto ya es historia. Incluso llegó a fabricar raquetas de tenis en aluminio con estructura de nido de abeja, aunque sin tanto éxito. Finalmente, decidió vender su empresa en 1969.


Millonario y retirado, se construyó una pista de tenis en el terreno de su casa para mantenerse en forma. A pesar de las horas que dedicaba a practicar, no conseguía mejorar lo suficiente; su monitor de tenis le aconsejó que adquiriera una máquina lanza pelotas. Compró una máquina Prince y pronto se apercibió que aquel artilugio dejaba mucho que desear. Se puso manos a la obra y lo rediseñó a fondo, consiguiendo dar con una versión superior. Presentó su idea a Prince, que aceptó fabricarla y registró un éxito de ventas.


No obstante, en la pista de su casa, su juego seguía sin mejorar lo suficiente. De nuevo se le metió en la cabeza aquella persistente idea de que el problema no era él, sino la raqueta. El mal lo atribuía a que la raqueta tenía el área del punto dulce muy reducida, restándole consistencia en sus golpes. Para entonces, ya se había hecho con la mayoría de acciones de la compañía Prince, así que decidió algo que mitigara ese problema: era la raqueta oversize de Florida. Prince inició su fabricación en 1975, primero en aluminio y después en grafito, con notable éxito. No solo eso, sino que consiguió cobrar royalties a otros fabricantes de raquetas oversize (con superficies entre 580 y 800 cm2). Head murió en 1991.


La opinión autorizada de Howard Brody era que aquella oversize tenía dos ventajas clave frente a las convencionales. La primera es que su momento de inercia era mayor, haciéndola más estable; ofrecía potencia y no requería tanta precisión en el golpe. La segunda es que su punto dulce estaba centrado en la cabeza de la raqueta, algo que la mayoría de fabricantes de la época buscaban con obstinación para sus diseños, pero que estaban lejos de conseguir. El ingenio de Head hizo que el punto dulce de aquella oversize quedara centrado, sin moverlo, simplemente haciendo que la dimensión de la cabeza fuera mayor.


Según Brody, que colaboró con Head en algunas ocasiones, esta singularidad del punto dulce centrado y de mayor área, contribuyó sensiblemente a la defensa y protección de su patente. Vaya de paso que la oversize no tiene ventajas en todos los casos, pero sí que hace la vida más fácil a los jugadores aficionados de fondo de pista. El jugador avanzado suele decantarse por una raqueta de cabeza más pequeña, que le ofrezca más agilidad y control.


Brody pensaba que aún quedaban cuestiones por resolver en el mundo del tenis. Una le inquietaba particularmente: conocer el ratio óptimo entre la velocidad del swing de la raqueta respecto a su masa o su momento de inercia, con tal de poder imprimir más velocidad a la bola. Si se utiliza una raqueta pesada, la velocidad del swing baja pero, ¿cuál es el límite sin llegar a perder potencia? Brody hizo pruebas exhaustivas en su tiempo, pero con una muestra de jugadores demasiado pequeña, sin llegar a conclusiones definitivas. Hoy la tecnología le echaría una mano, ya que hay raquetas con sensores de aceleración, deflexión y giróscopo embedded. Graban los datos de la sesión en la memoria interna y los transmiten vía bluetooth al exterior. Con la app adecuada, es fácil determinar el número de golpes de drive y revés que se han dado, el efecto de la bola o la consistencia del impacto en el punto dulce, personalizado para cada jugador. Si se dispone de los datos de miles de jugadores, se pueden llevar a cabo análisis muy interesantes para arrojan luz sobre un conjunto de variables y parámetros.


Brody y Head fueron excelentes técnicos con ciertas similitudes. Ambos tenían vocación investigadora, aunque el primero con un marcado interés académico y el segundo con un claro sesgo emprendedor.


Disfrutaron plenamente del deporte, sin llegar a brillar como jugadores. Head siempre fue un inconformista con esto, lo que le motivó a innovar para mejorar su juego. Brody tenía una actitud distinta. En sus últimos años de carrera, le preguntaron si el tiempo que invirtió en el estudio científico del tenis había contribuido a mejorar su juego. Su respuesta fue llana y sencilla: “eso no lo tengo claro; si en vez de haber pasado tantas horas en el laboratorio, hubiera entrenado más tiempo en la pista, quizá ahora mi nivel de juego sería mejor”.


Xavier Alcober


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