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¿Discutieron en Davos sobre el movimiento maker?

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En un comunicado de presentación de la 45 Edición del Foro de Davos, esta reunión anual de políticos y personajes influyentes (ricos si tenemos en cuenta el precio de la inscripción), Klaus Schwab, fundador y presidente del mencionado foro, afirma que “existen muchos desafíos en el mundo actual y siento que uno de los más fuertes y con mayor impacto será dar forma a la Cuarta Revolución Industrial. Los desafíos son tan abrumadores como alentadoras son las oportunidades”.


Realmente parece cierto que los desafíos de esta llamada Cuarta Revolución Industrial basada en la digitalización de la producción y que unos llaman Industria 4.0 y otros Industria Integrada, son abrumadores, tal como afirma el economista y empresario Schwab. Basta para constatarlo otras afirmaciones hechas en Davos tales como que en los próximos años van a perderse más de cinco millones de puestos de trabajo en el mundo desarrollado o, aún más dramático, que en el 2030 habrán desaparecido todos los puestos de trabajo que existen actualmente en EEUU.


Qué lejos quedan aquellas décadas que algunos califican de “gloriosas del capitalismo” y que van de 1950 hasta finales de los 70, con prácticamente pleno empleo, salarios crecientes, un consumo que aumentaba y, en consecuencia, una recaudación fiscal de los diversos países cada vez mayor.


Pero a partir de los 80, las estrategias empresariales cambiaron. Automatización, robótica, externalización de parte de la producción aparecieron como posibles fuentes de mayores beneficios para las empresas industriales y es así como empezaron a disminuir los empleos ligados a la producción y, con la informatización, también muchos ligados a los servicios.
Aquello fue la Tercera Revolución y ahora nos llega la cuarta.


Las sucesivas revoluciones no solo han sido tecnológicas, sino también sociales. Las formas de trabajar cambian y cambian también las formas de organización social. ¿Qué transformación puede derivarse de esta revolución que ahora se apunta?
Quizás lo más interesante de lo que está ocurriendo no sea tanto que estemos frente a tecnologías radicalmente nuevas, sino a que muchas de ellas hasta ahora accesibles solo a las organizaciones empresariales, han aterrizado prácticamente hasta nuestros escritorios. Se han democratizado, como ocurrió en su día con los ordenadores.


Tenemos herramientas digitales para el diseño de productos y tenemos también posibilidades de fabricación de unidades personalizadas (impresoras 3D, escáner 3D, corte con láser), lejos ya de la producción en serie. Por otra parte, los diseños pueden compartirse en línea, de forma que no se trata del viejo modelo de aficionados haciendo cosas solos en su casa, sino que las tecnologías hoy permiten que múltiples personas, estén donde estén, puedan trabajar juntas. Se trate de personas individuales o de talleres de alrededor del mundo que pueden estar conectados.


Pero también en el caso de que se desee una producción en masa de lo que se ha diseñado, hoy en día es posible encontrar fábricas en cualquier lugar del mundo, accesibles en la red, abiertas a órdenes de cualquier tamaño para cualquier persona, a cualquier escala. He leído en la revista norteamericana Wired que, gracias a la producción y al diseño digital, las fábricas en China son lo suficientemente flexibles para tomar pedidos en línea, mediante tarjeta de crédito, para lotes tan pequeños como unas pocas docenas o tan grandes como unos pocos millones.


Si analizamos todas estas propuestas en su conjunto, se abre la posibilidad de una transformación en las formas de fabricar y en las de trabajar. En realidad, las artes gráficas fueron pioneras en este sentido desde que a mediados de los 80 aparecieron los MAC, que ofrecían la posibilidad de la autoedición y las primeras impresoras láser de consumo. La imprenta no es entonces más que esa fábrica que recibe el libro o la revista digital y toma pedidos de mayor o menor tirada, según interese. La generalización de esta forma de trabajar es lo que plantea el llamado movimiento maker.


Desde la Primera Revolución Industrial, el poder de hacer las cosas a gran escala ha pertenecido a los que poseían los medios de producción, lo que ha significado grandes fábricas, grandes empresas, y los productos del mercado masivo para las que fueron construidas, pero lo mismo podría decirse de los medios de comunicación hasta que Internet ha cambiado el mundo de la comunicación radicalmente. ¿Por qué no imaginar también productos físicos creados a partir de un modelo digital en la web y fabricados en pocas o muchas unidades?. Esto implicaría un nuevo concepto del trabajador industrial.
No sé si se ha analizado este nuevo paradigma del mundo de la fabricación en el encuentro de Davos, pero cabe preguntarse si la anunciada desaparición de los puestos de trabajo tradicionales no dará paso a unas formas radicalmente nuevas de trabajar y de organización social. Esperemos que sea así y para bien.


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