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El efecto aspiradora

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Recientemente se han hecho las pruebas de selectividad en la universidad y las notas de corte para algunas carreras técnicas son relativamente bajas, comparadas con otros estudios más populares entre los jóvenes. Según diversas fuentes, hay algunas escuelas de ingeniería que necesitarían más alumnos con que nutrir sus aulas, para contribuir a que oferta y demanda en el mercado funcionen más óptimamente. Eso es válido para varios países europeos, incluido el nuestro.


Hay ciertos aspectos que mejorar para revertir la situación, en lo que atañe a los estudios técnicos en general y de ingeniería en particular. Uno de ellos pasa por conseguir despertar más vocaciones técnicas en los jóvenes e incorporar más mujeres a estos estudios. Aunque la situación no es fácil de resolver a corto plazo, hay que ponerse en ello, especialmente si se pretende reindustrializar la economía en un futuro.


En el Reino Unido, un país con un pasado industrial por excelencia, también intentan activar políticas que contribuyan a reindustrializar progresivamente su paisaje. El país británico está saliendo de la última crisis relativamente bien. El máximo responsable del Banco de Inglaterra es el canadiense Mark Carney, que adquirió un gran prestigio en su época como gobernador del Banco de Canadá, contribuyendo a mitigar los efectos de la crisis en su país. Los británicos no dudaron en ficharlo para su causa; algo, que por cierto, cuesta de imaginar que pudiera suceder aquí, en cuanto a incorporar a un extranjero para regir el Banco de España.


Pero en definitiva, muchos de los indicadores económicos británicos ya están cercanos a los valores de 2006, previos a la crisis. No obstante, a Mark Carney le preocupa esencialmente un indicador concreto, que ni se recupera ni se mueve, y que reconoce no encontrar una explicación convincente que aclare su comportamiento. Ese indicador se llama productividad.


Son muchos los economistas y políticos que se han añadido a un intenso debate sobre cuál puede ser el enigma de esa falta de productividad, especialmente cuando los salarios tampoco se han apreciado. El tema es complejo y parece estar influenciado por variables que no están correlacionadas a simple vista. Algunas voces afirman que una de las causas, por las que no mejora la productividad, podría estar relacionada con la dificultad de las empresas para encontrar trabajadores técnicos con perfiles específicos.


Para intentar reconducir esta situación de falta de técnicos, ya se están implicando el gobierno y las instituciones. Pero también hay individuos singulares que deciden tomar la iniciativa y emprender acciones para conseguir una mejora. Recientemente, uno de estos casos me ha llamado la atención y lo comento a continuación.


Fue por el año 2007, cuando la Reina de Inglaterra apoyó una pesada espada en el hombro de James Dyson y lo reconoció como Caballero de la Orden del Imperio Británico. Sir James Dyson viene a ser algo así como el rey de las aspiradoras, ya que en la década de los 80 revolucionó técnicamente a este venerable electrodoméstico. Además de saber mucho sobre aspiradoras, parece que también es un emprendedor tecnológico con ideas claras, capaz de hacer que su empresa (Dyson Ltd.) tenga una estrategia audaz, basada en innovación sostenible y disrupción de modelos de negocio convencionales.


Su historia se gesta al final de los 70, cuando James Dyson estaba enfrascado en mejorar las aspiradoras que había por aquel entonces (y a la par, muchas de las que aún se venden hoy), ya que observaba como perdían capacidad de succión a medida que la bolsa-filtro se iba llenando. Su visita casual a un aserradero resultó ser providencial, al comprobar cómo un ciclón separaba el polvo del aire por la fuerza centrífuga. Aplicó esa idea a un aspirador tradicional, adaptando unos dispositivos cónicos de manera similar a los del aserradero, para segregar el polvo y la suciedad hacia en un recipiente.
Al principio la cosa no fue tan fácil como había pensado y necesitó varios años para mejorarla, desarrollando múltiples prototipos, hasta conseguir dar con el diseño que cumplía su objetivo.


A partir de aquí, intentó buscar en el Reino Unido un fabricante de aspiradoras que quisiera producir aquel avanzado electrodoméstico, pero no consiguió que nadie se interesara por su invento. A pesar de proporcionar una capacidad de succión excepcional, la razón que esgrimieron los fabricantes por aquel entonces era que su nuevo diseño no necesitaba una bolsa-filtro, lo que hacía peligrar las bases del modelo de negocio imperante: un lucrativo mercado de recambios de filtros.
Vista la situación, no se desanimó y marchó al Japón con su prototipo, un país que estaba en plena efervescencia tecnológica. Allí una compañía nipona se interesó por su idea y comenzó a fabricar unidades que se vendían por catálogo. Posteriormente, a Dyson le concedieron el premio de la Feria Internacional de Diseño de Japón en 1991, disparando las ventas y la fama de sus aspiradoras.


Ya habían pasado 10 años desde aquel primer intento de vender aspiradoras en su país natal cuando, con más recursos económicos, volvió a la carga para fabricar y vender allí sus aspiradoras. Esta vez decidió dejar en un segundo plano la excepcional capacidad de succión del aparato, y apostó por un marketing centrado en destacar que la aspiradora no requería filtro. Aún más, para que este atributo se apreciara con mayor claridad, decidió que el chasis del aparato fuera transparente en la parte del filtro. A partir de aquí, la aspiradora de doble ciclón ha sido una historia de éxito que se extendió hacia EE.UU. y a otros países. Es un diseño elegante y eficiente, con un color llamativo, que se ha convertido en algo así como el iPhone de las aspiradoras.


Pasado un tiempo, se le ocurrió aplicar su know-how sobre dinámica de fluidos a un secador de manos comercial que denominó Airblade, y que la mayoría de nosotros hemos utilizado en un lavabo público. Un motor interno produce un flujo de aire laminar muy fino, a 700 km/h, que es capaz de secar las manos en apenas 12 segundos. De hecho, lo que hace es literalmente barrer el agua de las manos, en vez de intentar evaporarla, como haría un secador convencional por aire caliente. La eficiencia energética también es elevada.


Otro producto innovador, de nuevo relacionado con el aire, ha sido el ventilador sin aspas. Su principio de funcionamiento pasa por impulsar el aire a través de un perfil aerodinámico en forma de aro, que lo canaliza hacia el exterior, a través de una pequeña apertura anular en el bucle. El aire proyectado crea un área de baja presión que, a su vez, aporta más aire fresco por la parte posterior de la máquina. Según Dyson, esta tecnología proporciona una corriente ininterrumpida de aire suave frente a las incómodas ráfagas de viento que generan los ruidosos ventiladores convencionales. Afirma que el sistema es muy eficiente, apenas hace ruido y es muy fácil de limpiar.


Dyson dispone de un atractivo campus de I+D, de arquitectura futurista, en la localidad de Malmesbury, al sur de Inglaterra; allí emplea a más de 1.000 ingenieros. Pero fiel a su estrategia, la empresa pretende continuar con su aventura de disrupciones tecnológicas en otros ámbitos, como por ejemplo en el de baterías, por lo que está llevando a cabo una ambiciosa ampliación en Malmesbury.


Pero volviendo a la idea que comentábamos líneas arriba, en cuanto a la falta de técnicos especializados en el mercado, James Dyson ha puesto recientemente el dedo en la llaga; afirma que necesita reclutar 3.000 ingenieros para sus nuevos proyectos, pero que en el Reino Unido no los va a encontrar. Según él, la razón es simple: las escuelas británicas tan solo producen 25.000 nuevos graduados cada año. Esta opinión también es compartida por otras empresas, ya que en una encuesta reciente del IET (Institution of Engineering Technology), casi la mitad de compañías entrevistadas afirmaron no haber podido encontrar los empleados que necesitaban, algo que consideran una amenaza para su futuro.


Como buen conocedor del efecto aspiradora, se ha empeñado en conseguir más eficiencia al aspirar nuevos estudiantes hacia el interior de las escuelas técnicas. Ya tiene una fundación orientada a inspirar a los jóvenes para que estudien ingeniería, llevando a cabo diversas actividades en pro de la causa. Incluso organiza periódicamente un premio para promover la innovación entre estudiantes. Su Fundación reparte kits de aprendizaje y juegos técnicos educativos por las escuelas de primaria. Recientemente, ha contribuido a la creación de una escuela de ingeniería en el imperial College of London, en donde se enseñan determinadas materias que piensa son importantes para conseguir paliar algunas necesidades de las empresas británicas: propiedad intelectual, verificación de diseño o comprobación de producto, entre otras.


En cualquier caso, James Dyson ha demostrado que tiene grandes dosis de paciencia y perseverancia para conseguir las metas que se propone, unas cualidades que atribuye a su afición deportiva como corredor de fondo, y que las va a necesitar en su peculiar iniciativa.


Quizá se echan en falta a más individuos como Dyson, que puedan ayudar a aumentar la aportación de talento y contribuir a la mejora del futuro industrial.


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