La descarbonización del transporte representa uno de los pilares de la estrategia climática europea. Ante un parque automotor aún dominado por motores de combustión, y con alternativas como la electrificación o el hidrógeno en pleno despliegue, los biocombustibles han cobrado protagonismo como solución inmediata y eficaz para reducir emisiones.
A diferencia de otras tecnologías que requieren nuevos vehículos o infraestructuras, los biocombustibles pueden emplearse en motores actuales con escasas modificaciones, aprovechando la red existente de distribución y repostaje. Esto los convierte en una herramienta versátil y de implantación rápida, especialmente útil en el corto y medio plazo.
Estos combustibles se obtienen a partir de biomasa, es decir, de materia orgánica de origen vegetal o animal. Mediante diferentes procesos químicos, térmicos o biológicos, esa biomasa se transforma en productos líquidos o gaseosos aptos para su uso en motores diésel, de gasolina o adaptados a gas. Entre los procesos más comunes se encuentran la transesterificación (para obtener biodiésel), la fermentación alcohólica (bioetanol), la digestión anaerobia (biogás y biometano), o la hidrogenación catalítica (para diésel renovable). Estas tecnologías permiten valorizar desde cultivos energéticos hasta residuos orgánicos, aceites usados o fracción orgánica de residuos urbanos, alineándose con los principios de la economía circular.
En el segmento de los motores diésel, el biocarburante más implantado históricamente ha sido el biodiésel, también conocido como FAME (de las siglas en inglés de ésteres metílicos de ácidos grasos). Se obtiene mediante conversión química (transesterificación) de aceites vegetales o grasas animales, y puede utilizarse puro o en mezclas con gasóleo convencional. Su uso está generalizado en formatos como el B7 (7 % de biodiésel), que no requiere modificaciones en los motores. Sin embargo, mezclas más elevadas pueden afectar determinados componentes del sistema de combustible, por lo que su aplicación en proporciones superiores requiere motores preparados o flotas gestionadas cuidadosamente.
Una evolución tecnológica relevante del biodiésel es el diésel renovable o HVO (de las siglas en inglés de aceite vegetal hidrotratado). Este biocarburante se produce mediante hidrogenación catalítica de aceites y grasas vegetales o animales, generando una fracción de hidrocarburos casi indistinguible del gasóleo fósil. Por su composición, el HVO es un combustible drop-in, es decir, puede emplearse directamente en los motores actuales y en la infraestructura de repostaje sin necesidad de adaptación. Gracias a su excelente rendimiento y a una mayor estabilidad química, se ha consolidado como una de las opciones más prometedoras. En España, el uso de HVO ha crecido rápidamente en los últimos años, convirtiéndose en el biocombustible más utilizado en el transporte por carretera.
En el caso de los motores de gasolina, el bioetanol es el biocarburante más representativo. Se obtiene por fermentación de azúcares presentes en cultivos como el maíz, el trigo o la caña de azúcar. Aunque su contenido energético por litro es inferior al de la gasolina, tiene un alto índice de octano que mejora la combustión. Las mezclas bajas, como E5 o E10 (5 % o 10 % de etanol, respectivamente), pueden emplearse sin problemas en prácticamente todos los vehículos modernos. Para proporciones mayores, como el E85, se requieren motores flex-fuel que ajustan su funcionamiento a esta composición.
En el ámbito del gas como combustible, el biometano ha emergido como una alternativa relevante. Se obtiene a partir del biogás generado en procesos de digestión anaerobia de residuos orgánicos, como purines, lodos de depuradora o restos alimentarios. Tras su purificación, el biometano alcanza una composición muy similar al gas natural fósil (principalmente metano) y puede utilizarse en forma comprimida (GNC) o licuada (GNL) en vehículos adaptados, o bien inyectarse en la red gasista. Esta solución ha resultado especialmente atractiva para flotas urbanas, camiones de largo recorrido o autobuses municipales, al permitir cerrar el ciclo de carbono utilizando residuos locales como fuente energética. Un ejemplo concreto de esta estrategia es el proyecto BIOMETRANS, que ha demostrado la viabilidad de generar biometano a partir de residuos agroganaderos y de la industria alimentaria. En este caso, un grupo empresarial empleó sus propios residuos orgánicos para producir biometano y alimentar con él sus camiones de distribución, cerrando el ciclo y reduciendo significativamente su huella de carbono. Este tipo de aplicaciones integradas entre producción y consumo constituyen una vía directa hacia la descarbonización efectiva de la logística y el transporte pesado.
Más allá de los biocombustibles tradicionales, también están ganando protagonismo los llamados e-fuels o combustibles sintéticos de origen renovable. Estos se generan mediante la combinación de hidrógeno verde, producido por electrólisis del agua utilizando electricidad renovable, con dióxido de carbono capturado del aire o de procesos industriales. El resultado son hidrocarburos líquidos equivalentes a las gasolinas, diésel o querosenos convencionales, pero con un balance neto de carbono neutro. Aunque no derivan de biomasa y, por tanto, no se consideran biocombustibles en sentido estricto, sí se incluyen como combustibles renovables de origen no biológico (RFNBO, por sus siglas en inglés) dentro de la normativa europea. Al igual que el HVO, se trata de combustibles drop-in, compatibles con los motores actuales, lo que los convierte en una opción prometedora para sectores difíciles de electrificar, como la aviación o el transporte marítimo.
Frente a otras soluciones tecnológicas como el coche eléctrico o el hidrógeno, los biocombustibles presentan una ventaja clave: pueden incorporarse de inmediato a la flota existente. Esto permite reducir emisiones sin necesidad de esperar a la renovación completa del parque automotor. Además, cuando se utilizan residuos como materia prima, su producción contribuye a la economía circular, reduce la presión sobre los vertederos y disminuye las emisiones de metano. Es importante señalar que no todo combustible renovable es un biocombustible. Por ejemplo, el hidrógeno verde, aunque esencial en la transición energética, no se considera un biocombustible porque no proviene de biomasa. En cambio, sí existe el biohidrógeno, obtenido a partir de biomasa mediante digestión anaerobia o gasificación, que se incluiría dentro de esta categoría, aunque todavía no se produce a escala comercial.
A pesar de sus ventajas, los biocombustibles enfrentan desafíos. La disponibilidad de biomasa sostenible es limitada, y recurrir a cultivos energéticos dedicados puede generar conflictos con la producción alimentaria o el uso del suelo. Por ello, la legislación europea promueve los biocombustibles avanzados, producidos a partir de residuos o materias primas no alimentarias, y limita el uso de aquellos derivados de cultivos. También existen barreras económicas: la producción de biocarburantes avanzados y e-fuels sigue siendo más costosa que la de los combustibles fósiles. Su expansión dependerá del desarrollo tecnológico, del escalado industrial y de políticas que reconozcan su valor ambiental.
A nivel normativo, la Unión Europea ha establecido una senda ambiciosa para aumentar la cuota de energías renovables en el transporte, incluyendo objetivos específicos para biocarburantes avanzados y RFNBO. España ha adoptado estos objetivos mediante mandatos de mezcla, incentivos fiscales e inversiones industriales. Las nuevas plantas de producción de biocarburantes avanzados en Cartagena, Huelva o Castellón son una muestra del potencial industrial y tecnológico del país.
En definitiva, los biocombustibles no son una solución aislada, pero sí constituyen una pieza clave en la transición hacia un transporte neutro en carbono. Su versatilidad, su compatibilidad con las infraestructuras actuales y su capacidad para reducir emisiones desde hoy mismo los convierten en aliados estratégicos para los próximos años. Combinados inteligentemente con la electrificación, el hidrógeno y una mejor eficiencia energética, los biocombustibles pueden permitir el avance hacia un modelo de movilidad más sostenible, sin dejar atrás al parque automotor existente ni al tejido productivo nacional.
Dolores Hidalgo,
Directora del Área de Economía Circular
del Centro Tecnológico CARTIF
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Este artículo aparece publicado en el nº 563 de Automática e Instrumentación págs 50 y 51.
Este año se celebra su 30ª edición
“La digitalización de los procesos en el sector de automoción es clave para mejorar la eficiencia de los procesos y la calidad de los productos”
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